‘EL LEÓN DUERME ESTA NOCHE’, LA VIDA ES SUEÑO
Haciendo oídos sordos a la recomendación de Hitchcock de no rodar con niños, Nobuhiro Suwa continúa profundizando en las variantes que introdujo en su anterior y mágica película Yuki & Nina (2009) en la que dos niñas ocupaban el protagonismo absoluto del tierno relato. En esta ocasión decide multiplicar la presencia de infantes en su narración, introduciendo una pandilla de niños cineastas en El león duerme esta noche (2017). En el paréntesis que se abre durante el rodaje de una película, debido al encierro de una actriz en sus camerinos, Jean (Jean-Pierre Leaud) aprovechará para visitar una antigua casa donde vivió Juliette, antiguo amor cuya pérdida no ha conseguido superar. En ese casón semi-abandonado coincidirá con un grupo de niños que quiere rodar allí una película de terror, contando con la participación del propio Jean. En ese encuentro generacional de la cinefilia el veterano actor y la pandilla de nuevos enamorados del cine, Suwa hace germinar esta emocionante historia.
El plano secuencia inicial marca el excelente nivel del resto del metraje. Sobre el rostro en primer plano de Jean y recibiendo las indicaciones de su director, el actor se cuestiona y expresa sus dudas sobre “cómo representar la propia muerte”. La suavidad con la que la cámara de Suwa va ampliando el encuadre, separándose de ese primer plano para ir abandonando el set de rodaje, es una invitación hacia el espectador a dejarse guiar con confianza por la memoria y las emociones de Jean. Ese mismo prólogo acumula algunas referencias explícitas; Leaud hablando de la muerte estando aún reciente el magnífico recuerdo de La muerte de Luis XIV (Albert Serra, 2016) y otras también significativas, aunque no tan obvias; el breve rol del director está interpretado por el actor Louis-Do Lencquesaing, quien encarnó a Gregoire, el productor que daba nombre a la magnífica El padre de mis hijos (Mia Hansen-Love, 2009), otra gran película de filiación al cine. En esas dos referencias se hacen visibles dos de los grandes temas de la película: la muerte y el amor al cine.
Cuando el veterano actor aproveche la interrupción del rodaje para visitar una antigua casa abandonada, donde vivió su amada Juliette, los fantasmas de la pérdida, de la muerte de Juliette y del dolor no resuelto acompañarán a Jean en su enclaustramiento. Uno de los grandes méritos de esta milagrosa película es el magnífico juego de espejos y reflejos que interactúa con el protagonista. Aparecen espejos en el camerino, y en la habitación donde se recluye Jean. Cabe resaltar la primera presentación de Juliette ante Jean, reflejada en un largo espejo vertical y remarcando el carácter espectral de dicha aparición. A pesar de la fluidez vaporosa de las imágenes, subyace en el film en todo momento un doloroso magma emocional. Sin cargar las tintas en el énfasis dramático y adoptando una mirada tan lúdica como luminosa, Suwa muestra a Jean abatido por el recuerdo de aquella pérdida. Esos niños que juguetean en las inmediaciones de la casa serán los que lo rescaten. El cine como rescate.
Hay al menos tres películas dentro de El león duerme esta noche. La interacción de Jean con sus fantasmas que solo filma él en su memoria, la peli de cazafantasmas que los jóvenes proponen rodar al veterano actor y por último, la lúcida película que el director japonés nos regala del encuentro entre esos dos polos. Resulta entrañable presenciar las escenas del improvisado rodaje amateur en las que Leaud tirado en la silla de la cocina solicita indicaciones a sus compañeros de rodaje: “Explicadme claramente las cosas”. En esa generosidad del actor por situarse en la misma altura de los pequeños, en esa horizontalidad, es el propio Suwa el que engrandece el alcance de sus propias imágenes.
El cine emerge en esta película como experiencia lúdica, como diversión, pero también como terapia. Jules, uno de los niños, le confiesa a Jean que, aunque lo intenta no consigue visualizar sus propios fantasmas (la muerte de su padre). En el tercio final será Jules el que consiga ver al león que da título al film y que simboliza la experiencia del cine como sanación del dolor. Cuando en el epílogo, Jean se pregunte si esto ha sido un sueño o era real, los espectadores podríamos albergar junto a él la incertidumbre sobre los acontecimientos relatados. Cine onírico que acaricia las retinas del espectador hasta ofrecer belleza de una evanescencia etérea. De lo que caben pocas dudas, es que la película presentada en la Sección Oficial del último certamen donostiarra, es una de las más reconfortantes obras maestras de este grandísimo curso cinematográfico de 2018.
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